Es que no podemos olvidar —al menos yo no
puedo— los besos, los abrazos, las caricias; esas que prodigabas casi con
miedo, como si en cualquier momento fuera a rechazarte, cuando la verdad es que
en cuánto me tocabas quedaba hechizado.
Yo sé que aún recuerdas como me aferraba a
ti, que no dejaba de mirarte, de grabar tu recuerdo en mi memoria porque así
como tú tenías miedo que dejara de amarte yo temía que te fueras, peor… que te
alejaran de mí, en el primer caso podrías volver; en el segundo… nada era
seguro.
Pero vivíamos con eso. Pasábamos los días
juntos. Yo feliz de tenerte, tú feliz de amarme y que te amará, que te ame.
Nunca mencionábamos nada sobre tú mundo o el mío, ambos tan diferentes y
dispares que podían separarnos. Sí en algún momento la angustia hacía acto de
presencia te abrazaba muy fuerte y tú buscabas, con la suavidad y lentitud que
me enloquecía, los latidos de mi corazón bajo tu mano.
Sin embargo el día acababa junto con
nuestro tiempo, era cuando la realidad nos golpeaba que soltábamos nuestras
manos y los pasos que nos separaban se convertían en kilómetros.
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