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domingo, 10 de abril de 2011

Un simple te quiero

—Te quiero —susurre cortando el silencio que se había formado entre nosotros, a pesar de que no ser incómodo llegue a la conclusión que era el mejor momento para decírtelo.

El que me dijeras «yo igual», me abrazaras y  besaras en la coronilla me hizo comprender que no habías entendido el verdadero significado de mis palabras.

Sólo sonreí y te correspondí, no había sentido en sacarte de tu error.


—Tengo novio —dije de repente al sentir que me abrazabas.

—Sólo espero que te cuide —replicaste sin alterar el tono de voz, pero tus actos engañaban tu pose despreocupada, me abrazaste más fuerte contra tu pecho y tu aliento provocaba cosquillas en mi oreja.


—Voy a casarme —musite al sentir como tomabas mi mano.

Sonreíste feliz y besaste mi mejilla, abrazándome, a modo de felicitación, una lágrima escapó de tus ojos sin que te dieras cuenta, lo supe por que corrió libre por mi hombro.

—Sabía que te iba a querer. —Tu voz sonó cortada y triste, aún así no dijiste nada más.


—Acepto —contesté al padre mirándote.

Estabas en primera fila, con los ojos cerrados y una sincera sonrisa. En primera fila como siempre, mi primer amigo y mi primer amor, pero no fuiste tú con quien me case.

No. Aquel chico que me besaba era otro, uno que había traído mil rosas y un millón de cajas de chocolate.

Infantilmente creí que te levantarías y dirías «yo me opongo», como en las pelis, como si en verdad me amaras y fueras a detenerme.

Confié en que me detendrías en el último momento, con un beso me robarías el aliento, subiríamos a tu auto y escaparíamos a las vegas para casarnos, ese era mi sueño de niña y tú lo conocías…

Ahí en el altar una lágrima rodó por mi mejilla, cayó al suelo rompiéndose en mil pedazos, así como cuando mi corazón se partió verte besándote con una chica, pero éramos niños en aquel entonces.


—Te quiero —murmuraste de repente mientras empujaba un poco más alto el columpio en el que iba el pequeño niño.

—Yo igual —conteste besando tu mejilla.

No dijiste nada. Sólo  cerraste los ojos con una sonrisa vaga.

Yo sabía a lo que te referías. El verdadero significado de tus palabras, era el mismo tono de voz  con el que te dije que te quería, con que quise decirte que te amaba…
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