Caminan
por la misma casa, comparten la misma comida, sus habitaciones están frente a
frente y aun así está en la forma en que miran el techo y esbozan una
sonrisa. En la forma en que contestan «nada»
cuando preguntan por qué sonríen, y es que no es cuestión de secretos.
Todo
el mundo tiene secretos, ya sean pequeños o grandes, que pueden hacer daño o
son inofensivos.
Es
simplemente ese hecho que las personas cambian, que lo que le contabas a tu
hermana o hermano ahora sólo se lo dices a tu mejor amiga
o amigo. Es ese hecho de que al crecer el mundo se vuelve raro y la percepción
cambia. Es esa cosa que los ahoga y les hace morderse los labios y negar con la
cabeza.
Hablan,
ríen, salen a pasear. Se conocen a ratos,
se olvidan por momentos. Juegan a pincharse para saber si el que sigue a su
lado es el mismo con el que crecieron. Hacen preguntas, esconden respuestas. Estrechan
ojos calibrando posibilidades y midiendo la diferencia. Crean planes, empujan
un poquito más, tratando de conocer los nuevos límites, tratando de encontrar
lo que una vez fue y explorar lo que es hoy.
Eran
extraños, se conocieron, se olvidaron y volvieron conocerse, pero así son las
familias, así son los hermanos… Ríen, pelean, lloran, gritan, se empujan a un
lado y al otro, jalan el brazo para obligarse a caminar lado a lado.