A veces río, a veces lloro.
En ocasiones te cuento algo, en ocasiones te
cuento casi todo.
La vida es así, cuestión de «a veces» y «en
ocasiones». Es que el miedo abruma y nadie
lo da todo siempre…
O tal vez sí. Tal vez haya quienes tiren todo por la borda y se lancen al vacío.
Pero son raras esas personas y habrá cosas, porque hay «algos», que pocos están
dispuestos a dar. Se da de a poco, sin entregar esa parte que es su centro, el
inicio de todo. Sólo se muestra en pequeñas acciones, en ligeras ocasiones.
Es que la vida es de enredos y razones. El
corazón y el cerebro tiran cada uno de su lado, y por más que trates de ir de
intermedio, siempre declinas por un lado. Lo más irónico del caso es que lo
único seguro, casi continuamente, es que siempre
hay dudas y nunca pueden evitarse.
Al enseñarnos a hablar nos enseñan de
ortografía, sintaxis y lingüística, pero casi nunca escuchas a alguien usar
adecuadamente el «siempre» y el «nunca» porque el simple hecho de decir «nunca
digas nunca» ya es una cuestión irónica.
El nunca
llega y el siempre queda olvidado a
un lado.
A veces, sólo a veces, se habla correctamente
de lo que se quiere decir realmente. Tal vez—alguna vez— podamos ver más allá
de las palabras, porque aunque éstas se
queden grabadas, muchas veces mienten y cuando dicen la verdad se les retuerce.
Y ahí es donde vienen las miradas, pero hay
quienes se acostumbran tanto a mentir que los ojos no revelan nada.
Y lo gracioso es que así se empieza todo, con nada. Pero nada crece y
se fortalece si no hay un algo que
empiece.
Para qué «peros» y «sin embargos» cuando se puede
contradecir tanto con tan poco.
La ironía va de contradecirse, pero es tan
natural como llorar de risa.