Un
paso adelante, otro atrás, mueve la cadera —despacito, con cuidado para que no
sea demasiado—, dobla la rodilla, vuelve adelante, retrocede… otro paso más.
Sí,
un montón de movimientos, la sangre golpeando contra el cerebro por la música,
puede verlo, puede sentirlo, pero no
puede transmitirlo. Los pies se mueven al mismo ritmo, nunca al mismo compás,
sabe que cada uno tiene su estilo, cada uno es especial.
Sí…
ahí está, todos esos movimientos que conforman la perfección. No es como si
aquellos pasos pudieran ganar algún premio, solo es un baile callejero, un
baile que expresa alegría, solo el baile que inspira la música…
Puede
sentirlo, el deseo de mover los pies. Es tan fácil dejarse llevar, que su
cuerpo se exprese, no hay dudas ni vacilaciones cuando cierra los ojos, pero
ahí en la pista con la música a todo volumen y una mano sosteniendo la suya
todo se vuelve confuso.
No
puede evitarlo… su cerebro se niega a nublarse por la música en medio de los
cuerpos, los pensamientos no se repliegan como deberían, se mueven
convirtiéndose en un tornado que destruye todo sentido de coordinación. Ellos
también quieren bailar, pero no se dan cuenta de que solo logran entorpecer.
Se
mira los pies, intenta seguir el ritmo de su acompañante, no puede… ¿por qué es
tan difícil? Sabe lo que debe hacer. Paso
adelante, paso atrás, movimiento de caderas, no dejes que los hombros se queden
quietos.
La
música acabó, no lo logró, pero otra canción sigue, volverá a intentarlo… El
que no persevera no alcanza ¿verdad? Sí, lo seguirá intentando como siempre.